martes, 6 de septiembre de 2011

Como siempre.

Narrativa

Viñeta de "Ese cobarde bastardo"
de Frank Miller


Me duele la mano. Mucho. La mano me duele mucho y la tengo hinchada, los nudillos despellejados.

Esta vez no me engañó, ¡es cierto! Pero, las llevó por las otras que sí lo hizo.

Me confundí de llave. Y además no se parecían. Una es de aluminio, roja, no pesa. La otra es de esas de seguridad, redondas.

Es cierto, fue una tontería.

Aunque la culpa la tuvo ella, por negar que recibiera mi carta. Por no querer ponerse al teléfono.

Sólo tenía que ir un momento a casa de la vecina y decirme: “No recibí tu carta, ¿qué querías?”

“Mándame el macuto de la Legión”, le contestaría yo, sin gritarle, tranquilo, sin rencor.

“Es mío, ya era mío cuando nos casamos. No te puedes quedar con él”.

¡Qué me lo olvide! ¡No me lo olvidé! ¡Tú me lo escondiste!, para fastidiar. Cómo haces siempre: ¡Para fastidiarme!

Por mucha paciencia que yo tenga, por mucha paciencia que tenga contigo. Cuando probé la llave y no era, es lógico que me cabreara: habías cambiado la cerradura, ¡cómo si yo fuese un ladrón! Qué me confundí de llave: ya lo sé. Pero la culpa es tuya, sólo tuya. Por no avisarme, por no decirme que no la cambiaras, por gritar que ibas a llamar a la policía.

Te crees que soy gilipollas, ¡si no tienes teléfono!, yo lo mandé cortar. Estaba a mi nombre. ¡Qué te iba yo a dejar hablar con tu madre, con tus amiguitas, con sabe dios quien...! ¡Para decir mal de mí como siempre!

La carta llegó de vuelta hoy a casa. La cogí ahora, cuando fui a buscar dinero y la escopeta de caza de mi padre, me la dio mi vieja: "Manolo, el cartero trajo esta carta de vuelta, la dirección está incompleta". Es una trampa. Aunque no tuviera la dirección completa el cartero te conoce, ¡y bien que te conoce!, seguro que os pusisteis de acuerdo.

Ya lo decía yo: recibiste la carta y no me lo dijiste porque la devolvieras, y no me avisaste que la llave no era la de la cerradura a propósito. Y me escondiste el macuto para que no me lo llevara, con las firmas de todos mis compañeros y todos los buenos recuerdos.

¡En ellos sí qué se podía confiar! ¡En un legionario se puede confiar hasta la muerte!: ¡No en una mujer, aunque sea la tuya!
Te di duro, pero te lo merecías. Siempre te lo merecías las veces que te di... La próxima no me colgarás... No me colgarás nunca más. Aunque te hagas la muerta y, ¡cómo siempre!: no me contestes..., te conviene obedecerme.